Ojalá
Ojalá
La observaba a diario. Ella ocupaba un lugar en el mismo café casi todas las tardes al salir de la oficina. Le gustaba observar sus caderas, su sonrisa, su cabello. A veces imaginaba que él era quien la hacía sonreír; fantaseaba con tomarla delicadamente del mentón y besarla.
Ella, por lo general, hacía caso omiso de su presencia, pero en ocasiones le saludaba con un movimiento de la cabeza; a pesar de que esto durase una fracción de segundo, él se ponía en tensión y comenzaba a sudar como si estuviese en un sauna.
Una vez sintió que el corazón se le estrujaba cuando la vio abrazar y besar a un muchacho. Él era contemporáneo con ella, pero parecía que el muchacho era menor, o quizá, simplemente más agraciado.
Había pensado en abordarla, quizá regalarle un chocolate o una flor, aunque eso fuese un poco anticuado para sus 24 años. Y ella, que no tendría más de su edad ni menos de 22, quizá no lo tomaría bien; quizá no le gustaría, o quizá sí. O quizá pensaría que la estaba acosando, o quizá no.
Todas estas discusiones emocionales se estaban forjando en su cerebro cuando la vio salir, como siempre.
Ella llevaba un blue jean, una blusa azul con un ligero escote. Estaba peinada con una coleta, y hoy se había dejado sus lentes para salir de la oficina, muy pocas veces lo hacía, aunque con ellos se veía aún más hermosa.
Él observó su paso, iba colgada del brazo de un hombre alto, mayor, que caminaba a su izquierda, y a su derecha, también enlazaba el brazo de una de sus compañeras de trabajo.
Hoy no entraría en el café, pero él se perdió en su despreocupada carcajada, que resonó en su memoria y le hizo curvar los labios en una sonrisa. Ojalá pudiese ser él quien la llevase del brazo, ojalá pudiese ser él quien la besaba, quién le acompañaba hasta la puerta de su casa, o quizá; hasta la sala de su casa...
Demasiados "ojalá".
Con todos estos pensamientos, ella se fue perdiendo en la distancia . El vaivén de sus caderas lo hipnotizó y permaneció así unos segundos más después de que ella dobló la esquina y se perdió de su campo visual. Y entonces, como todas las tardes, él respiró hondo, apretó los brazos para relajar los músculos, se puso unos gruesos guantes en las manos, empujó su silla de ruedas, y se marchó.
Si esta historia te ha atrapado, déjame un comentario.
Gracias
Me gustó mucho este cuento.. ☺️
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