Última nota


ÚLTIMA NOTA

—Él siempre me dejaba una nota impresa bajo el ordenador; la imprimía porque quizá alguien la descubría, y si era a puño y letra, sabrían de quién era.  Eso era cada miércoles y cada viernes. Todo era en secreto, pues en la oficina no debían enterarse de ninguna relación, y menos de la nuestra — Una ligera sonrisa se dibuja en su rostro, una sonrisa nostálgica. 

—Pero me dice que usted tenía pareja. 

—Cuando comencé a salir con él, sí, pero tras estar con él, ya sabe, sexualmente (que luego se convirtió en hacer el amor) dejé a mi pareja.

—Entonces le amaba bastante a él.

—Sí. Ya le digo, todo empezó como sexo, casual, sencillo. Al principio hasta le exigía a él que usara preservativo. Cuando sentí que ya no era solo sexo, una noche; un viernes, dos semanas después de que él también cortara con su esposa, lo hicimos sin protección. Fue espléndido. 

—Él tenía hijos ¿No?

—Sí, dos. 

—Y los dejó por usted? 

—Sí. Fue duro para él, a veces lloraba. No sentía nostalgia por haber dejado a su ex-mujer, sentía nostalgia por haber dejado a sus hijos. A veces yo me preguntaba si sentía repulsión hacia él mismo, pero cuando salíamos a comer, o a cine, o al mercado, o a lo que fuese, despejaba mis dudas. Lo pasábamos muy bien.

Se mira en un espejo que está empotrado a un par de metros, en una pared a su derecha, y se acomoda un corto fleco que cae sobre su frente. 

—¿Cuánto tiempo estuvieron en una relación?

—Desde que comenzamos; sumarían 2 años y medio, pero desde que dejó a su mujer y se tomó un tiempo, para ampliar nuestra relación, yo diría que un año y un par de meses —Unas lágrimas asoman a sus ojos —. Él renunció a la oficina y comenzó un sencillo trabajo en un restaurante; era un excelente chef. Tenía un título en gastronomía. Yo seguí en el trabajo, pero a medida que se fueron enterando de lo nuestro, comenzaron los rumores, las habladurías... —Se interrumpe y aprieta los puños. 

—Entiendo. 

—No creo que lo entienda, pero gracias por sus palabras. 

—Bueno ¿y cuando él se veía con sus hijos...?

—Yo me quedaba en casa. Si nada más así había habladurías en la oficina, qué sería si nos vieran a los cuatro: a mí, a él y a los nenes. 

—¿Pero si él renunció, por qué les juzgaron en la oficina?

—Bueno, no solo por lo alarmante que podría ser nuestra relación, sino que, además, allí conocían a la ex-mujer. Varios la conocían, y tenían buenas migas con ella. 

—Debió ser duro. 

—Ni qué lo diga. 

—A veces el mundo es muy insensible.

—Ni qué lo diga —repite y sonríe. A pesar de su tristeza es una sonrisa espectacular. 

—Y entonces ¿Qué pasó esa noche?

—Esa noche él llegaba tarde del restaurante; como cada sábado. El restaurante está ubicado cerca de una zona de bares, entonces, los sábados es un ajetreo y él se quedaba hasta el cierre. Sería la media noche, quizá un poco menos, no sabría decirlo —Se interrumpe, se soba las manos, como si le dolieran, y luego, traga saliva para continuar —. Él había tomado un Uber. Ya era costumbre, así que yo simplemente memoricé el número de la placa que él me envió por WhatsApp, y ya. Me quedé esperándolo. 

>Uno escucha noticias de mujeres agredidas, y es lamentable. Los hijos de perra se aprovechan de la fragilidad de las mujeres. Pero, quién se va a imaginar que, a un hombre alto, fornido, ejercitado, con cara de ¨no me jodas porque te arrepentirás¨ le va a pasar algo así.

Un silencio se apodera de la sala de estar por unos segundos. Vuelve a mirar al espejo. yo estoy en frente suyo, pero apenas si me ha mirado desde que llegué. Pestañea, y entonces, el relato continua. 

—Creo que él bajó del Uber y pagó. Quizá tardó mucho en sacar las llaves de su bolsillo y el conductor ya había doblado la esquina. Supongo que fue entonces cuando lo abordaron. Una vecina, de unas calles más allá, dice que vio a cuatro hombres corriendo; y la verdad es que debieron de haber sido cuatro, o más, pues él era un hombre fuerte.

—Pero lo redujeron. 

—Si. Criminalística dijo que había recibido un fuerte golpe en la sien derecha, pero que quizá aún estaba consciente cuando le clavaron el cuchillo en la espalda, justo en el pulmón izquierdo.

Llora, pero se mantiene firme. Yo he venido por información, y sin importar lo cruda que sea, me la da. La grabadora de mi móvil se mantiene en curso, registrando cada palabra. 

—Y aun así, aún estaba consciente cuando le clavaron otra en el cuello —prosigue con un notable  esfuerzo emocional —. Los forenses dicen que ya no estaba consciente cuando le bajaron los pantalones con todo y ropa interior e introdujeron un tubo metálico de una pulgada por su conducto rectal. Así; tal cual me lo dijeron. De hecho, de mi parte debe sonar menos frío; lógicamente ellos me lo dijeron sin sentimientos, quizá, hasta con asco. 

—¿En qué momento salió a la puerta? 

—Salí cuando escuché que tocaron. Me sobresalté porque él siempre tenía llaves; nunca se las dejaba ni las perdía. Cuando llegué al pasillo de salida, había una nota impresa en enormes letras azules, que habían lanzado por debajo de la puerta.

Él se levanta de su silla, camina hacia un pequeño buró y cuando vuelve, me entrega la nota. 

 

¨SIGUE USTED, POR MARICON¨.

 

—Fue un juego con el cerebro; la última nota secreta que había recibido me la había dejado él bajo el ordenador de la oficina hace mucho, y decía: "Te amo, nos vemos en la noche en el mismo sitio"

>No sé quiénes fueron, pero sin duda vendrán a por mí. Si no me voy, sabré quiénes fueron muy pronto.

Unas maletas de viaje están dispuestas en la puerta. Él me mira y asiente.

—Ha venido usted a tiempo, pues me quedan pocas horas en esta ciudad; eso, o pocas horas de vida —Las lágrimas siguen rodando por sus mejillas. 

—Lamento que haya rememorando esto.

—No, el recuerdo está demasiado fresco. Solo espero que usted cuente la historia como fue, porque el hecho de ser homosexuales no le quitaba a que nos amaramos. Creo que la gente piensa que es puro placer, pero no. 

—Algún día terminará tanta homofobia — yo interrumpo la grabadora del móvil, pero lo que él dice a continuación me hace pensar que no debí haberlo hecho.

—La homofobia es como el cáncer: siempre está, en alguna parte. 



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